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miércoles, 13 de mayo de 2009

Crisis

No es que haya estado viviendo precisamente en el pasado, pero en este blog me he dedicado principalmente a relatar los recuerdos ya lejanos de mi adolescencia y mi infancia.

Hoy, sin embargo, no puedo comentar más que el presente. Ese que estoy viviendo día a día con una angustia que me carcome y que solo el ejercicio logra mitigar por unas cuantas horas al día. En más de diez años de vida laborar no había pasado por un momento tan duro. En este año, he filmado dos días de comercial (contra un promedio de cuatro al mes que filmé el año pasado), presupuestado un par de películas y ya, nada más. Estoy en serios aprietos económicos. Me duele aceptarlo porque me hace sentir perdedora, me hace pensar que estoy fracasando y no hay nada que me haga sentir peor que eso. Pero también entiendo que es una situación generalizada así que trato de sobrellevar el día a día manteniendo el animo lo más alto que puedo dadas las circunstancias....

Es curioso como en este momento que era para mi uno de los más importantes de mi vida, justamente porque este año me propuse comenzar realmente a trabajar para mi, conseguir fondos para mis películas, buscar mi propio camino, dejar de ser empleada y empezar a generar proyectos en vez de solo participar en los de otros, la vida está realmente poniendo a prueba mis límites, mi dedicación, mi entrega, mi disciplina. Despierto cada día con angustia al ver que el teléfono no ha sonado, que no hay recado de que me comunique con las casas productoras que me contratan y que al contrario, hay pendientes que solo dependen de mi y de nadie más y que a veces no tengo la fuerza para llevar a cabo. No sé si fue el año correcto para dar este paso, lo único que sé es que me está cargando la chin…a.

Me mantiene a flote este blog, los avances que he hecho con mi escritura (el taller de cine), y los proyectos que prometen concretarse este año, pero ¿que hago con esta mente mía que no necesita gran provocación para hostigarme? ¿Qué hago con la sensación de fatalidad y fracaso que no puedo sacudir? ¿Qué hago con el presente y la sensación de que esto no va a mejorar?

Trato de hacer planes todos los días, como si estuviera trabajando, organizar mi día leyendo guiones que me han pasado, escribiendo, estudiando, haciendo cita tras cita con empresas que posiblemente me den dinero para mis proyectos... algunos días lo logro... otros me quedo paralizada en mi depresión, completamente abandonada a ella, dejándome llevar por el ocio y por la obnubilación mental, comiendo de más, viendo demasiada televisión, jugando juegos en la computadora... Trato, he tratado, de mantener una estricta disciplina de ejercicio y de dieta, para que eso me sostenga, porque creo que la disciplina es más necesaria en estos momentos que en los momentos de más actividad… pero confieso que no lo logro todos los días, y cada día que fracaso, me siento un poco peor que el día anterior!

Eso si, siempre hay lecciones, en todos los momentos dificiles de la vida hay algo que aprender: lo primero que me viene a la mente es ahorrar. Esto de vivir al día y de confiar en nuestra buena fortuna, me ha venido a morder el culito (bite in the ass, como dicen los gringos!). Cuando nos va bien, confiamos en que siempre será así... y pues no, la vida trae sorpresas como ésta y hay que estar preparado. ¡Lo sé, papá, me lo dijiste tantas veces! Quien iba a pensar que después del año pasado, en el que me compré mi depa, en el que no había mes que no rebasara mis expectativas monetarias, hoy estaría así!

Otra cosa que me esta perjudicando es la retirada que emprendí hace varios años del mundo social. Cuando dejé de reventar, hace ya más de cuarto años, me retiré del mundo. Dejé de circular en los eventos y reuniones de mis colegas, dejé las relaciones públicas y ahora eso también lo necesito. Por que uno necesita a la gente al fin de cuentas. No solo a sus amigos, que ahí están y estarán. Sino a la gente que conoces un día en un evento y que puede resultar el futuro inversionista de tu proyecto. Esto del cine, no se hace solo, no se hace desde la habitación en la que estás recluida
escribiendo, ni desde la sala vacía de tu casa.

En fin, necesitaba ventilar un poco esta desesperación que me sofoca y compartirla con ustedes. Al fin de cuentas tengo un techo y comida, mucho más de lo que tienen algunos. No es queja, es solo expresión. No soy una víctima, soy solo yo, pagando los errores del pasado y plasmándolos en este espacio, para que de algo sirva mi experiencia.



jueves, 7 de mayo de 2009

PROHIBIDO OLVIDAR

Hoy me dispuse a seguir con las historias del internado, pero se me atrevesó un recuerdo que voy a tener que relatarles... Me acordé del día que nos llegó una carta fatídica. Era un día normal en Malinalco, en la casa en la que pasábamos los fines de semana con mis papás, era cerca de día de muertos y yo estaba preparando un altarcito para mi abuelo que había fallecido meses antes. Mi madre y mi padre me llamaron a la sala. Yo acudí sin predisposiciones, sin saber que lo que mi iban a decir me afectaría como lo hizo. Estaban los dos sentados y se miraban de una manera especial que reconocí de inmediato: era la misma mirada que tuvieron cuando me avisaron que mi perro se había salido del jardín y que no lo encontraban o de la vez que llegué de la escuela y me dijeron que mi abuelito adorado había sufrido un ataque al corazón, era la mirada de unos padres que saben que lo que van a decir va a provocar en su hija un dolor inmenso, inconmensurable y que ellos no podrán hacer absolutamente nada al respecto.
Me pidieron que me sentara y comenzaron por enseñarme, de lejos, una carta que había llegado de Portugal. Mi piel se puso chinita porque aunque no estaba segura de lo que me iban a decir, presentía que tenía que ver con un amigo querido que conocí en Senegal. Diogo era mayor que yo, mucho mayor para esas edades, yo tenía trece y el como diez y ocho. El era el hijo del embajador de Portugal en Senegal y fue mi primer amigo. Mi primer amigo hombre, o en realidad, el primer hombre (aunque aún era un joven) que fue mi amigo. Diogo no era guapo, puede que hasta lo consideraran feo y era muy rebelde. Le gustaban las motos y aunque en esas épocas yo no sabía mucho al respecto, supongo ahora que pienso en ello, que bebía mucho y se drogaba, era muy reventado y temperamental. El vivía en Portugal con sus hermanas mayores, venía al Senegal en verano a pasar las vacaciones con sus padres porque ahí podían controlarlo un poco más. En las cenas diplomáticas, en los cócteles a los que estábamos obligados a asistir mi hermano y yo, Diogo y yo nos sentábamos juntos y platicábamos. El me tomaba en serio., me escuchaba. Le contaba las anécdotas de la escuela, mis inquietudes, le podía hacer preguntas acerca de los temas que yo quisiera y Diogo me las contestaba todas. Nos burlábamos de los adultos, hacíamos chistes que solo a nosotros dos nos daban risa, algunas veces me daba una probadita de su whisky que me parecía asqueroso y se reía de mi reacción. A veces, a escondidas, me subía en su moto y nos íbamos a dar vueltas por la "corniche", la cornisa que rodeaba la ciudad de Dakar.
Los adultos hablaban de Diogo con preocupación. Era un adolescente "problema". A veces alcanzaba a escucharlos hablar y siempre se lamentaban por sus padres, por todo lo que él les hacía, por lo que tenían que pasar y por lo que sufrían por su culpa.
Tal vez era en verdad un chico con problemas, egoísta, al que solo le importaba su propio bienestar y que causaba problemas a todos los que lo rodeaban, pero era mi amigo. Yo no tenía otros amigos hombres, como ya lo he mencionado, era muy tímida, pero con él, no sé porque, era más fácil desenvolverme. Teníamos algo en común, algo que solamente tenemos en común los hijos de diplomáticos: sabemos lo que es viajar, sabemos el significado del cambio, de tener que adaptarse a lugares y gente nueva, de dejar gente atrás. Teníamos en común una rebeldía ante la autoridad (aunque en mí, a penas se asomaba), ambos teníamos una visión del mundo un poco sombría y pesimista, ambos nos preguntábamos cuales eran nuestros límites y de que forma podríamos llegar a rebasarlos… Nunca hubo nada entre nosotros y eso era lo más lindo y especial. Era una relación platónica, inocente, amistosa… Me pregunto: si en veradad era un chico tan "malo", que todos juzgaban tanto, como podía haber sido tan respetuoso y cariñoso con una niña de trece años como yo… tal vez era simplemente un adolescente, incomprendido, como todos lo fuimos alguna vez, como lo sería yo, unos años más tarde.

La carta decía que Diogo había muerto (ha de haber tenido 24 o 25 años). Creo que en un accidente de moto, digo creo, porque desde el momento en el que me lo anunciaron no pude pensar en nada más que en los recuerdos que me invadían torrencialmente y que en las ganas de llorar que me asaltaban.
Creo que lo que más me dolía era saber que a ese amigo que quise tanto, hacía más de ocho años que no lo veía, que no sabía nada de él. ¿Como pude haber estado tan cerca de alguien y luego estar tan lejos que solo supe de él por la noticia de su muerte? Pensé en todos los amigos que he dejado atrás en tantos años de trashumancia. Mis amigas de Londres, Luciana de Senegal, mis "hermanitos" de Arabia Saudita... con ninguno mantengo contacto. Ahora, con el mail y el facebook, no hay forma de que uno se aleje demasiado de la gente que quiere, pero cuando yo era niña, nos escribíamos los primeros meses de separación y luego, poco a poco, las cartas llegaban más y más espaciadas, hasta que un día dejaban de llegar. Que triste saber de alguien por tan mala noticia. Que triste es dejar que la gente se aleje. Que triste es que se rompan esos lazos únicos que hacemos con la gente en distintos momentos de nuestras vidas y que significan tanto, que dejan una huella tan fuerte en nosotros.

Me fui a mi habitación y me puse a escribir. Le escribí este texto/cuento que comparto hoy con ustedes:

15/4/93.
¿En dónde estarás?
Un día me llegó una carta. Me dijo que tu habías muerto. Salí corriendo a buscarte por la calle. Salí corriendo y desesperada dispuesta a encontrarte en cualquier semáforo o bajo cualquier portal. Recorrí todo nuestro pueblo y no te hallé. Tu no estabas ni en la cantina en la que solíamos vagar, ni en la sala silenciosa del cine, ni escondido en nuestro lugar secreto. No estabas en ningún coche, ni con la policía, ni en un parque solitario. No te encontrabas detrás de las paredes, ni bajo los pisos, ni entre las escaleras. Entonces fui a buscarte a una iglesia, y ahí no estabas tampoco. Había flores que olían a descanso y velas enfurecidas, pero ni un rastro de ti.
Salí de ahí sin fuerzas, decepcionada. No tenía nada que decir, nada que contar. No te encontraba y mi búsqueda era tan desesperada que miré al cielo. Me pregunté si quizás ahí te encontraría. Quise gritarte con todas mis fuerzas que te extraño.
Me fui a mi casa entristecida. Lloré la noche entera. Pero en la madrugada me despertó un recuerdo. A ese le siguió otro y luego otro más. Luego los recuerdos me rodaron por las mejillas y cabalgaron en mi cama. Se multiplicaron y llenaron todo el cuarto. Abrieron la puerta y fueron danzando por mi casa. Yo los acompañé. Danzamos toda la mañana y salimos a brincar por la calle, los recuerdos y yo. Eran seres extraños, viejos amigos y juegos de niño. Eran admiración y cariño, amores platónicos y travesuras. Eran playa y vacaciones y tiempo, sobre todo tiempo.
Bailamos y bailamos hasta tarde. Y tengo que admitir que no todo fue alegría. Algunas danzas me convertían en sonrisa y otras en lluvia. A la tercera noche los recuerdos me llevaron a mi cama y me besaron. Y yo ya no salí corriendo por la calle a buscarte.

Ahora, de vez en cuando, me visitan y danzamos juntos por la casa.

Ahora, salgo a la calle, a nuestro sitio secreto o a la cantina y sonrío. Porque ya no tengo que buscarte, porque cuando quiero bailo con los recuerdos y contigo.
Para Diogo, con mucho amor, por siempre.

Se acerca el día de las madres y será el primero sin ella. Hoy me invaden los recuerdos de todas las personas que ya no están, los que han muerto como Diogo y Stefano, los que simplemente se alejaron de mi vida y aquellos a los que la vida nos separó. Hoy sé que lo que nos queda son los recuerdos y que hay que atesorarlos como lo más preciado porque si los dejamos ir, nos quedamos sin nada. Hoy sé que está prohibido olvidar…




martes, 5 de mayo de 2009

La Primera Impresión

Mis papás se fueron de la escuela a las 5 de la tarde. Intercambiamos promesas de escribirnos seguido, me hablarían todos los domingos y yo haría todo por sacar buenas calificaciones. Nos despedimos cariñosamente, mamá echó unas cuantas lágrimas y se fueron. A decir verdad , en ese momento, yo solo pensaba en comenzar mi aventura, no recuerdo ni cómo se fueron, si a pie o en coche.

Entré a mi cuarto y comencé a desempacar. No habían llegado mis compañeras todavía. Yo había escogido la cama de la esquina, una que estaba empotrada en la pared, y que de alguna manera me parecía más privada. Sentí una emoción nueva al sacar mis artículos de limpieza y colocarlos en las repisas designadas para ese uso, era anticipación mezclada con nerviosismo. Un revoloteo en el estomago me tomó por sorpresa. Me sentía ansiosa por conocer a mis nuevas compañeras y no pensaba en mis padres que se dirigían a Lausanne a tomar un vuelo que los llevaría a Arabia Saudita, lejos, muy lejos de mi. Me sentí muy adulta, muy independiente.

Vesna llegó primero y desde que la vi me cayó bien. Era Austriaca, de ojos azules muy grandes, tenía una cabellera negra lacia, gruesa y brillosa, que le llegaba arriba de los hombros. Era muy bonita, más o menos de mi estatura y hablaba en inglés. Ella iría a la sección americana del colegio que se dividía en dos, yo a la sección francesa. Los papás de Vesna estaban divorciados así que su padre fue quien la había acompañado, solo. Ella escogió la cama que estaba cerca del balcón, que era realmente la mejor, por la vista, pero a mi siempre me habían gustado los recovecos, los escondites, las covachas. No sé, creo que, siendo de naturaleza tímida, en ellos me sentía más segura, menos expuesta.
Vesna y yo nos saludamos cordialmente, y seguimos cada una preparando la habitación para nuestra larga estancia. No pensé que me sentiría así, pero me estaba asustando más con cada minuto que pasaba. Pensé que estar lejos de casa no me afectaría, pero me daba cuenta que tenía miedo de estar sola. Por un momento quise hablarle a mis padres, decirles que me había arrepentido, que por favor regresaran por mi y me llevaran a casa, pero sabía que no era una opción. Así que seguí sacando mi ropa con cuidado, doblando las blusas, colgando los pantalones y mirando de reojo a esa niña con la que tendría que cohabitar durante el siguiente año, pasara lo que pasara...
Vesna y yo permanecimos así, en silencio, guardando nuestras cosas, durante más de una hora, hasta que se abrió la puerta de golpe y entró Vito. Vito, Victoria, irrumpió en la habitación con la confianza y tosquedad que la caracterizaban. Ella tenía el cabello rubio y largo, era alta y fornida. No estaba gorda, en realidad era de huesos grandes, tosca, un poco masculina pero atractiva. Entró como una ráfaga y se presentó con una enorme sonrisa, que me pareció un poco forzada. "Yo me llamo Vito" dijo, en español, sacando la mano al frente, casi empujándola hacía mi. Era Madrileña y hablaba muy mal inglés. Había sido internada para estudiar el idioma. Yo me presenté también, pero mientras lo hacía, me percataba de que mi voz estaba saliendo mucho más queda de lo normal. "Tía" me dijo Vito con un tono que en ese momento me pareció intimidante y hasta violento, "habla más fuerte que no te escucho!" y se rió ligeramente. Sé que me sonrojé y por mi mente pasó algo terrible: todo esto me había agarrado desprevenida y no había logrado dar la impresión que yo quería. Yo había planeado estar tranquila, nada nerviosa, reaccionar de manera muy suelta y desfachatada, saludar con serenidad, con confianza en mi misma, con voz fuerte y segura, mostrando todas las características que yo consideraba necesarios para hacer amigos rápida y fácilmente, para entrar en los círculos más selectos, para ser aceptada y pertenecer al grupo al que yo quisiera pertenecer. Pero nada había salido de esa manera. Se había notado lo nerviosa que estaba, me había delatado la voz que se había quedado atrapada en mi garganta, reusándose a salir a pesar de mis intentos, se había notado en la forma en que me quedé muda ante la inadvertida reacción de mi futura compañera de cuarto, que yo estaba aterrada, insegura, vulnerable. Lo sabía, sería una vez más catalogada como alguien tímido, ratonesco, que se intimida fácilmente, sería excluida de los grupitos y viviría el año entero luchando contra mi misma, contra todas esas cosas que odiaba de mí, sabía que eventualmente la gente se burlaría de mi a mis espaldas, que no tendría amigas… luche contra las ganas de llorar que acompañaban a todos esos pensamientos de derrota y después de unos minutos de vacilación, en una voz casi inaudible, dije "Con permiso, voy al baño" y salí corriendo de la habitación.

Tenía dieciséis años y me encontraba adentro de uno de los baños de mi piso, en mi nuevo internado, llorando de la vergüenza y del miedo. ¿Que iba a ser de mi? Había soñado con ese momento tantas veces, desde hacía tanto tiempo y ahora lo había echado todo a perder. En vez de meterme en mi papel, como lo había logrado en Arabia Saudita, en vez de haberme preparado para el primer encuentro con mis compañeras y haber previsto que una de ellas pudiera haber tenido una carácter tan dominante como el de Vito, en vez de haber ensayado el encuentro frente al espejo para que no me tomaran por sorpresa, me había dejado sobrecoger por la situación y ahora no había vuelta atrás. Yo sabía que una vez que había dado la impresión de ser tímida, que había mostrado mis debilidades, no había forma de recuperarme. Ya me había sucedido antes, en Senegal, ¿porque habría de ser diferente esta vez? Me quedé un largo rato ahí, en el baño, lamentándome, hasta que alguien tocó a la puerta, reclamando que llevaba rato esperando su turno. Traté de recuperar la compostura. Me sequé las lágrimas y volví con cierta derrota a la habitación.

En silencio, las tres terminamos de acomodar nuestras cosas. Vito me veía de reojo, yo hacía lo mismo, pero ninguna de las dos volvimos a intercambiar palabras. Cuando tocaron la campana para la cena, bajamos cada una por su cuenta.

En el comedor, Vito se acercó a unas niñas, se abrazaron y se saludaron como viejas amigas. Se sentaron en una mesa con otras cinco chicas que también hablaban español. Yo me senté en otra, lejos de ellas y Vesna se sentó junto a mi, creo que ella estaba tan perdida como yo, aunque aparentaba cierta serenidad. Platicamos un poco, pero yo me había quedado con las ganas de redimirme, de cambiar la primera impresión con la que, según mis elucubraciones, se había quedado Victoria. No podía pensar en otra cosa.

Cuando terminó la cena, Mlle. Slobec tocó la campana otra vez y las niñas salieron corriendo, unas a sus recámaras, otras a la sala de la televisión. Yo vi a Vito y a sus amigas españolas salir por la puerta trasera de la casa. Las seguí, manteniendo mi distancia. Entré detrás de ellas a un pequeño cuartito en el patio, era un chaletcito de una sola habitación que alguna vez debió ser un garage y que habían convertido en el "fumoir". El fumadero. Ahí todas sacaron sus cigarros y comenzaron a intercambiar historias sobre Madrid, sobre sus novios, amigos y los conocidos que tenían en común. Yo me acomodé discretamente en una de las esquinas, observándolas.Le pedí tímidamente a una de ellas
un cigarro. Ella me volteó a ver de reojo, dándome una rápida revisión de arriba a bajo, me pasó uno y me lo prendió, bastante amablemente. Yo no sabía fumar, no lo había hecho nunca. Traté de disimular mi tos, pero no lo logré. Después de varias escandalosas tosidas, Vito volteó a mirarme con sorpresa, una pequeña sonrisa se asomaba por la comisura de sus labios. Antes de que pudiera decirme cualquier cosa, comenté el punto: "Están fuertes estos Camels, yo normalmente fumo Malboro light…" y tosí un poquito más, tratando de recuperar mi respiración. Vito no le dio mucha importancia al asunto, me presentó con sus amigas: "Ella es Tatina, es mi roomie". Las chicas voltearon, algunas saludaron, otras me ignoraron y siguieron conversando. Yo les sonreí y saludé de la manera más despreocupada que pude. Me esperé un momento a que todas volvieran a sus asuntos y salí del fumoir, tirando inmediatamente la desagradable colilla al piso y envolviéndome en mi abrigo. El clima empezaba a refrescar. Miré al rededor: los arboles se levantaban diez, quince metros hacía el cielo, como enormes y frondosas esculturas, las estrellas decoraban la noche limpia con su resplandor, la luna parecía ella sola iluminar el pequeño puente que nos separaba de la calle principal del pueblo y yo, en medio de este espectáculo, no podía pensar en nada más que en volver a casa.

...continuará...

Tartarito

Hoy me desperté temprano. Creo que era tan temprano que ni siquiera los de mi cuarto se habían levantado. Tendí mi cama, luego me volví a m...