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domingo, 4 de enero de 2009

Recolección

18 de Diciembre del 2008
Hace una semana y media soñé, varias noches seguidas, que mi mamá moría. En cada sueño su muerte era distinta, pero siempre me provocaba un dolor inconmesurable. Ahora, ha muerto de verdad y a penas comienzo a entender ese dolor con el que soñé.

En la misa de ayer, de cuerpo presente, mi hermano habló de mi madre, de la madre que él conoció que era muy distinta a la mía, ya que todos tenemos persepciones distintas de la gente, que dependen enteramente de nuestra relación. Dijo una hermosas palabras sobre ella, porque ella era una persona hermosa. Era antes que nada, de una bondad incondicional que nos regaló a todos los que estabamos cerca de su corazón.

Es dificil descifrar lo que uno siente, hay muchos sentimientos encontrados. Lo primero que yo sentí fue culpa, de no haber estado con ella tanto como ella necesitaba. De no haber tenido con ella la relación perfecta, de cómplices, que tienen otras madres e hijas que conozco. Pero ahora lo pienso y no fue culpa nuestra, ni suya ni mía. Mi madre tenía ochenta y tres años. Cuando yo nací ella tenía casi 45. Yo crecí en escuelas francesas, modernas, y para cuando cumplí los 15 (ella tenía 60) la brecha generacional era tan grande que no había forma de entendernos. Nos distanciamos. No podíamos hablar, porque no teníamos nada en común. Lo que a ella le parecía correcto a mi me parecía anticuado, y yo, como buen adolescente, le pedía, le exigía que comprendiera cosas que para ella eran completamente ajenas. Además de ser adolescente, yo era una niña rebelde. Mi madre sin embargo trató de entenderme y justificaba mis acciones cuando mi padre se enojaba conmigo. Pero nuestra relación fue tácita y por mucho tiempo, no cruzamos demasiadas palabras. Un beso en la frente cuando nos veíamos era una muestra discreta de que el cariño era incondicional, pero más allá de eso, no había nada.

Vivímos juntas en México, después de las trashumancias, los años más dificiles de mi adolescencia. Supongo que no fue fácil para ella, porque no lo fué para mi. Mis inicios a la sexualidad, verme con novios que no aprobaba, amigos que desde su punto de vista me distraían de las tareas escolares, las fiestas, el alcohol, mi constante necesidad de rebazar los límites, la expulsión de la escuela y sobre todo mi valemadrismo general ante su autoridad. Creo que fueron años de mucho sufrimiento para mi madre, ella estaba sola aqui con nosotros, mi padre seguía viviendo en Arabia Saudita. Y creo que yo era la causa de todo ese sufrimiento, o más bien lo sé. Pero ella me amaba y en silencio, haciendo acopio de todas sus fuerzas, me trataba de entender y sobre todo me quería tal como era. Aceptaba mi manera de vestirme aunque seguramente le parecía excentrica y fachosa, le gustaba el brío de mi carácter aunque ella fuera víctima de mis arrebatos y mis contestaciones irreverentes. Admiraba mi pasión por la vida y la forma en que enfrentaba a mi padre autoritario, cosa que ella nunca pudo hacer.

Pasaron los años, mi padre volvió a México y yo salí de la étapa adolescente, algo prolongada... llegó el momento de que asignaran a mi padre a un puesto nuevo y se fueron ellos solos a Egypto. Seis años. Seis años en los que mi madre, separada de sus hijos, a quienes les había dedicado su vida, viéndonos una vez al año, ella comenzó a perder las ganas de vivir. Se había dedicado integramente a nosotros, a cuidarnos, a alimentarnos con sus talentos culinarios, a protegernos... y cuando dejamos de estar presentes, esta mujer ahora de 70 años, ya no supo qué hacer con su tiempo libre. Evidentemente mi padre era aún su prioridad, pero mi padre era 11 años menor que ella y tenía miles de ocupaciones: era el embajador de México en Cairo, había descubierto su pasión por la pintura y le dedicaba mucho tiempo. Mi madre nunca me dijo nada pero yo sé que ahí empezó su deterioro. Luego murió mi abuela mientras mamá seguía lejos. Cuando volvió a México, la persona más cercana, la que nunca la había abandonado, la que la acompañaba de compras, con quien hablaba a diario y con quien tenía creo yo, la relación más estrecha que mi madre jamás tuvo con nadie, había muerto. Su ausencia se reflejaba en el silencio de mi madre. Había días en los que yo me aparecía por su casa (para entonces yo ya vivía sola, y lejos... del lado opuesto de la ciudad) solo para encontrarla sentada en la sala de tele, en la oscuridad, con la tele apagada y un cigarro en la mano, pensando quien sabe que cosas que nunca compartió.
4 de Enero del 2009
Hace unas noches, después de un clasico día en que nada me parecía y en el que busqué pleito con todos los que me rodeaban, estabamos mi esposo y yo, viendo un episodio de Desperate Houswives cuando surgió en mi una necesidad de llorar que no pude detener. Lloré, creo, casi dos horas seguidas. Cuando sentía que me calmaba, volvía a surgir el llanto, aveces atragantado, a veces fluyendo como un triste lamento... ¿Cuando dejamos de llorar por la mujer que nos dió a luz? No sé si importa ahora que tipo de relación teníamos o no teníamos...no sé si importan ya los sentimientos encontrados, las culpas, los reproches, las noches que pasé sin dormir enfurecida con ella, conmigo, con su doctor, con la vida! Hoy solo puedo sentir una tristeza que ya no sé ni de dónde viene, que llega como una ola en los momentos más inesperados. Hoy ya no importa la historia de su vida, ni nuestros conflictos, ni todas las cosas que nos faltaron por decir. Ha muerto, es todo, se acabó.
Quisiera ser creyente para pensar, con un poco de alivio, que ella está en el cielo, viéndome, cuidándome… pero no lo soy. Solo creo que cuando la vida se acaba, se acaba. Que el cuerpo es lo que queda de él, unas cenizas que aún guardo sobre la repisa acompañadas de unas flores, unas velas y un retrato. Que mi madre se ha ido y se ha ido para siempre, que solo existe ahora en nuestros recuerdos. Envidio a la gente de fé, que cree que ella está en un lugar mejor, pero por más que lo intento no puedo creerlo, para mi la muerte es simplemente la extinción de la vida. Porque eso llevo creyendo desde hace tanto tiempo y no tendría sentido comenzar ahora a creer en otra cosa, sería una hipócresía.

Así que, ahora, cuando son las dos de la mañana y no puedo dormir porque estoy piense y piense en ella, lo único que me queda es escribir y recordar y amarla mucho más de lo que la pude querer en vida.

2 comentarios:

  1. Ale, me rebasa lo que escribes y me remueve muchas cosas. No sé muy bien qué decir pero me vino a la mente un libro que a mí me cambió la vida y quisiera compartirtelo, yo encontré en él algo que tiene que ver con la devoción más que con la fé.

    EL LIBRO TIBETANO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
    Un abrazo fuerte...

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  2. Hana! No lo vas a creer, pero HOY me regalaron ese libro... te leyeron la mente o tal vez simplemente me vieron tan espiritualmente perdida que tenía que aparecerse ese libro en mi vida...
    te mando un beso

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