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jueves, 26 de marzo de 2009


Antes de continuar tengo que confesar que no todo lo que viví en Arabia Saudita fue desagradable… Descubrí en primer lugar, que hay muchísimas formas distintas de ver el mundo. Lo que a alguien del occidente le puede parecer tan natural, como que una mujer tenga los mismos derechos que un hombre, en otra civilización resulta completamente absurdo e incorrecto. Para mi fue como darle la vuelta a una moneda y ver la vida de cabeza. Pero aprendí mucho. Entendí que había que valorar y sobre todo aprovechar al máximo nuestra libertad! Las pobres chicas que conocí, tenían los mismos sueños que yo, pero para ellas eran inalcanzables.

En una ocasión me invitaron las hijas de un príncipe a su casa a una reunión. Yo era la única extranjera. Al principio no me hicieron mucho caso, sino que platicaban entre ellas y trataban un poco de ignorarme, luego comenzaron a hacer conversación un tanto superficial conmigo acerca de si me gustaba su país y que lugares había visitado, hasta que finalmente se soltaron y a me hicieron preguntas un poco más atrevidas: ¿Había yo alguna vez besado a un hombre? -me preguntó una de ellas, ¿Que se siente? dijo otra intrigada. Poco a poco comenzamos a hablar del amor y de nuestro mundo, del mundo de los occidentales que ellas conocían bien, de lejos, ya que todas habían viajado con sus familias, pero en el que les era completamente prohibido participar.
Querían saber todo, su curiosidad era insaciable. Les conté de mis amigos, los niños de mi clase. De mi novio en turno, de nuestra escuela mixta en la que niños y niñas jugaban y se mezclaban sin ningún recato. Ellas escucharon atentamente. Se rieron y se sonrojaron cuando les conté de la primera vez que había bailado un "slow" con un chico, o de mi primer beso, o cuando les describí al niño que me gustaba y les narré la forma en que me había propuesto que fuera su novia. Fue intenso y divertido compartir todo esto con ellas.
Después de un rato, se pusieron a bailar y me invitaron, felices, a disfrutar la música, la comida y la compañía para luego volver a sus vidas solitarias y completamente aisladas de todo lo que habíamos platicado. Una de ellas, la que había hecho la mayor cantidad de preguntas, me apartó un momento y me invitó de shopping. "No todas somos tan obedientes, me susurró al oído, algunas somos un poco mas atrevidas que otras… "

Norah pasó por mi a las seis de la tarde en su Mercedes negro con vidrios polarizados. Manejaba su chofer y ella venía en el asiento de atrás, cubierta de pies a cabeza con varias habayas: una para el cuerpo, que cubría su falda larga y su blusa de mangas largas, una para el cabello, otra para la cara. Era una momia cubierta de harapos negros de seda. Me subí al carro y nos fuimos a uno de los centros comerciales de la ciudad. Por ahí anduvimos un rato, viendo perfumes y joyas que estaban por mucho fuera de mi alcance pero que ella compraba desenfadadamente. Dieron las ocho y me indicó que acercáramos fuéramos al coche porque me iba a enseñar como ligaban en Arabia Saudita. Ha, pensé, se pone interesante.
En una larga y ancha avenida comenzamos a circular y poco a poco se alinearon detrás de nuestro auto varios carros, en su mayoría Mercedes, Audis, hasta hubo por ahí un Rolls Royce. Norah miraba hacía atrás y me explicaba: "Estos carros que ves atrás, son hombres que quieren mi numero telefónico. Ya me estuvieron observando y ahora me siguen." "Cómo? Tu número telefónico, pero… pensé que ustedes tenían prohibido hablar con hombres hasta que se casaran!" Ella afirmó, "en efecto, está prohibido, pero hay que buscar la forma de encontrar el amor, ¿no crees? ¡Habemos mujeres modernas en este país amiga!"
Entonces ella miró la placa del auto que estaba justo atrás de nosotros y comentó algo con el chofer. (Hay que mencionar que los Saudis solo ocupan puestos de alto nivel o son comerciantes o beduinos. Los Saudis contratan a Paquistaníes, filipinos e indios para hacer las labores manuales. Así, los choferes, los cocineros, las mucamas, los meseros, todos los trabajadores, los empleados, son extranjeros. Los Saudis son dueños, socios, ¡jefes!). El chofer y ella hablaron un momento en árabe y luego ella me explicó: "Tengo que ver que la placa sea de alguien que ocupe un nivel más alto que el mío en sociedad." (La verdad es que nunca supe como podía uno enterarse de eso a través de la placa, pero bueno, le tomé la palabra.) Ya que se había cerciorado de que el hombre que la seguía era un hombre con más estatus que ella, entonces ella bajó discretamente el vidrio de su ventana. El carro de atrás se colocó a un lado nuestro y rápida y sigilosamente aventó un cassette por la ventana que cayó en las piernas de Norah. Norah miró al hombre detrás de su habaya negra. Tenía dos opciones, si le gustaba, guardaba el cassette que tenía inscrito en la etiqueta un nombre y un número de teléfono. Si no le gustaba el tipo, rompía el cassette dejando que él lo viera para que desistiera de una vez…

Y así, cuando llegaba a casa, Norah podría tomar el teléfono y marcarle al hombre que acaba de "ligar" y podría platicar largas horas con él y, eventualmente, si las cosas progresaban, podría, algún día, casarse con él, con un hombre que había conocido, aunque sea por teléfono, previo a su matrimonio...y tal vez, con suerte podrían enamorarse y vivir felices para el resto de sus vidas. Si no, acabaría casandose con el hombre que su padre habría escogido para ella y viviendo la misma vida que había vivido su madre y su abuela y su tatarabuela...

...continuará...



miércoles, 25 de marzo de 2009

Retomando un poco las anecdotas de mi trashumancia

Desde que tenía como siete años soñé con irme a estudiar a un internado. No sé de dónde nació ese sueño, pero era en todo lo que pensaba. Quería irme lejos de casa, a un viejo internado en el que habría gente de todo el mundo, como yo, y en dónde estaría sola, arreglándomelas yo solita. No sé, tal vez eran mis ganas desesperadas de ser una persona independiente o la influencia de todas las novelas que había leído y películas que había visto que sucedían en esas escuelas o simplemente que alguien me había contado acerca de los internados y se me había antojado estar en uno. El caso es que soñaba con ello noche y día.

Habíamos estado viviendo en Arabia Saudita. Yo tenía diez y seis años y hacía un año que habitábamos ese país en el que todo estaba prohibido para las mujeres: no podíamos manejar, no podíamos andar por las calles sin usar las habayas (batas largas negras que cubren todo el cuerpo para evitar las miradas perversas de los hombres), no podíamos ir a comer o cenar con un amigo ya que los restaurantes estaban divididos en tres partes, la sección de mujeres, la sección de hombres y la sección de familias. Claro, pensarán, que más daba, podrían haberse sentado en la sección de familias, pero no era así. Esa sección estaba reservada para familia inmediata: podías permanecer ahí si estabas con tus hijos, tu hermano, tu marido o tu padre pero de ninguna manera con un amigo, un novio o siquiera un primo! Dirán, bueno ¿quien lo notaría? Se preguntarán, ¿acaso había alguien en la puerta pidiendo el pasaporte para confirmar la relación entre los comensales? No, no lo había. Pero rondaban por los moles y por los restaurantes los policías de la religión, llamados Mutaguas. Ellos eran generalmente hombres mayores, con unas barbas largas y amarillentas, que cargaban una varilla larga en su mano con la que espantaban a los turistas a las que al caminar, inadvertidamente, se les abría la habaya y mostraban sus piernas, o las mujeres musulmanas que por andar de compras bajaban la guardia y dejaban vislumbrar un pedacito del mentón o de la cabellera. Estos policías de la religión vigilaban sigilosamente los lugares públicos para que se respetaran las leyes de la religión y no convenía en absoluto rebelarse contra dichas leyes ya que su incumplimiento podía resultar hasta en una encarcelación, aun siendo extranjero.
En Arabia Saudita no había cines, las películas que se rentaban estaban censuradas, en las revistas estaban tachadas con marcador negro todas las imágenes que revelaran algo de piel (o sea, casi todas las fotos de modelos, brazos y piernas incluídas), no había alcohol a la venta, ni hablar de una discoteca o un bar… en fin, era un mundo de abstención absoluta y nada divertido para una joven adolescente de diez y seis años.
Todo lo anterior no significa que no la pasáramos bien de vez en cuando, ¡claro que lo hacíamos! Tuve muchos amigos franceses que iban conmigo en el liceo, hacíamos fiestas en los "compounds" en donde vivían los extranjeros que trabajaban para grandes corporaciones, fiestas en mi casa y en otras embajadas, hasta conocí a unos principes árabes que me llevaron a pasear en sus lamborghinis con los vidrios blindados. Pero en realidad tengo que confesar que después de vivir tantos años en Senegal, con esa libertad maravillosa que se tiene en las ciudades de playa, después de cuarto años de pasarme la vida semi desnuda por las playas y las calles soleadas de Dakar, andar en bicicleta sola o con mis amigas, hacer toda clase de deportes acuáticos, montar a caballo, andar en moto, ir a fiestas y más fiestas de todo tipo, Ryhad fue como llegar a una prisión.

Así que, lo único que quería yo, era irme de allí. Cuando terminó el año escolar mis padres tuvieron que estudiar las opciones que existían para mi, ya que las escuelas de Arabia solo llegaban hasta tercero de secundaria. No había prepas. Los musulmanes no querían una bola de adolescentes extranjeros en plena rebeldía contaminando a los jovenes de su país, de ninguna manera. Así que obligaban a que los padres nos enviaran a estudiar fuera. Lo primero que se los ocurrió a mis papás fue en enviarme a México con mi abuela. Mi hermano ya vivía aquí con ella, estaba estudiando en la universidad. Pero al proponerselo ella respondió con horror: "¿Qué? No, por favor! ¡Lo que menos necesito es cuidar de una joven adolescente a mi edad, ya estoy muy vieja para eso!" Tenía razón: de por si a mis padres les costaba trabajo controlarme, no era justo imponerle esa cruz a mi pobre abuela!

Así obtuve lo que había anhelado tanto tiempo: fui enviada a un internado...¡por fin!

...continuará...

jueves, 19 de marzo de 2009

Gracias!

Es increíble como a veces los sentimientos que nos hacen sentir más solos, más aislados del resto del mundo y que nos guardamos sin compartir con nadie, son las mismas que de ser expresadas resultan unirnos con mucha más gente de la que pensamos.
En mi post anterior, hablé de la dificultad para levantarme de la cama y fue penoso para mi aceptarlo públicamente porque siempre me he sentido defectuosa, deficiente por esa fuerza para enfrentar la vida de la que a veces carezco. La respuesta a mi post fue abrumadora, ¡tantos de ustedes se sienten igual que yo! A tantos les cuesta el día a día, tantos se preguntan constantemente, tal vez obsesivamente como yo, sobre sus futuros y el lugar que ocupan en esta vida. Me dio tanta tranquilidad saberlo. Porque uno vive pensando que está completamente solo con sus demonios y sus temores y sus miedos y sus inseguridades.

Me encanta compartir con ustedes todos estos sentimientos tan intimos. Con cada comentario, me siento un poquito menos sola en este universo caótico.

¡Gracias!

miércoles, 11 de marzo de 2009



Hoy por la mañana me desperté con muchísimas ganas de quedarme en la cama.

No pude hacerlo, evidentemente, porque tengo cosas que hacer, tengo que terminar un presupuesto, tengo que ir al gimnasio, tengo que mandar hacer las invitaciones para la expo, tengo que vivir el día tal y como se me presenta. Pero esa sensación de no querer "entrarle" al día me invade a menudo. Algunos han dicho que sufro de bipolaridad, otros de depresión, otros lo adjudican a un desorden alimenticio: yo creo simplemente que la vida me abruma, que siempre me ha abrumado y que esa es mi forma de vivirla.

Porque todos los días me pregunto si estoy en el camino correcto, porque todos los días son importantes para mi y creo que cada uno de ellos va a marcar mi vida de alguna forma. Porque me pregunto seguido si estoy haciendo las cosas bien, si estoy dando el 100%, si podría hacer mas cosas para llegar a donde quiero llegar…si estoy actuando, si no estoy viviendo una mentira, si estoy siendo congruente conmigo misma…
Hoy, estoy haciendo todo por mejorar mi estilo de vida, pensando en el futuro, preparando mi cuerpo y mi mente para esa etapa en la que comiencen a resistirse. Estoy tratando de dar un salto en mi carrera que me de más satisfacción y que me lleve al lugar en el que participe de manera creativa en todo lo que desarrollo. Estoy re-escribiendo un guión que había dejado reposar y que ahora veo con nuevos ojos y que creo que tiene material rescatable para ser algún día, una buena película, estoy haciendo muchas, muchas cosas... Pero, a pesar de todo eso, hay días como este, que no quiero levantarme de la cama, no quiero enfrentar al mundo, quiero convertirme en parte del mobiliario, quiero abandonarme, abandonarlo todo…

Me pregunto si para todo el mundo el día a día es tan difícil... si cada mañana representa una lucha con uno mismo, con el mundo, con los otros, con la pluma, con el refri y con los aparatos del gym...

Tartarito

Hoy me desperté temprano. Creo que era tan temprano que ni siquiera los de mi cuarto se habían levantado. Tendí mi cama, luego me volví a m...